Juan Carlos Mestre
Villafranca del Bierzo 1957
Poeta, grabador y ensayista español, autor de numerosos poemarios. Ha recibido el Premio Castilla y León de las Letras (2018), el Premio Nacional de Poesía (España, 2009), el Premio Adonáis (1986) y el Premio Jaime Gil de Biedma (1992), entre otros.
Salmo de los bienaventurados
Ávida vena, dame tu cordel.
Antonio Gamoneda
Bienaventurado el que a los cuarenta años aún no ha conocido la
recompensa y llama virtud al cordón de un zapato,
el hombre sin convicción que tumbado en la hierba pasa el día durmiendo y discute sobre el esfuerzo con los saltamontes.
Bienaventurado el que soporta el préstamo de la verdad, el excavado
en piedra y el que construido en paja es alternativamente señor
de la nada y rey de un solo vasallo.
Bienaventurado tú que sin llamarte Juan no eres otro que Juan el
explícito, el padre del aire cuyos hijos heredarán los molinillos
de viento.
Bienaventurado el que ha pasado la noche con la insignificancia,
porque embellecido por la privación será de él alguna vez la
ausencia,
el que es vecino de dos bocas, el de la voz menuda al que le falta un
diente, el hombre sin pretexto que tuvo un asno, una boina, un
chivo.
Bienaventurado el que ante el argumento de la pólvora tuerce su
hocico de linterna y habla alto, el que paga su aullido con la vida,
el que en un instante es articulación de lobo y árbol de rodillas.
Bienaventurado el pájaro cuyo canto despierta el corazón de una
madre en las ramas de la tristeza.
Bienaventurado el manco y su violín de oxígeno, la abeja del azúcar
que liba la corteza de los licores blancos.
Bienaventurado el viajero que vaga en lo concéntrico y traduce el
límite, la fertilidad del sacrificio, la teología de las medallas de la
luna.
Bienaventurado el que emigra al borde de su amor, porque de él será
la extraña fruta del animal del sábado.
Bienaventurado el esqueleto de Rimbaud y su pájaro influyente,
único héroe en el festín del cráneo.
Bienaventurado el que ante la alusión de los espejos se vuelve pensativo y amablemente azul sus lágrimas ignora.
Bienaventurado lo inmortal del muerto, la excusa del sombrero y su
balido, el repentinamente desahuciado en el paladar de tablas de
la muerte.
Bienaventurada la golondrina de madera que le late al niño antes de
conocer el sexo.
Bienaventurado el aire de la soledad del péndulo, el manso bajo el
sol y la virtud del ciego, la esponja que da de cantar su lluvia a la
garganta.
Bienaventurado el que apoyado en su bastón está toda la noche ahí
y es piedra de la luz, piedra de la edad, los dos ojos del pájaro en
el collar del cero.
Bienaventurado el astro que ignora su caballo y ha cerrado el párpado, la agria lepra que arde en las arterias, la sal del paraíso.
Bienaventurado el que condensa lutos negros, porque de él será la
última soga del relámpago, el primer peldaño en la escalera del
descendimiento.