Thomas Harris

La Serena, 1956

Es profesor de Español por la Universidad de Concepción. Ha impartido docencia de literatura y lenguaje en diversas universidades de Santiago. Actualmente es Jefe de la unidad Ediciones Biblioteca Nacional de esa Institución y es secretario de redacción de la revista Mapocho, órgano de difusión cultural de la Biblioteca Nacional de Chile.  Ha publicado los libros de poesía Zonas de peligro (1985); Diario de Navegación (1986); El último viaje (1987); La vida a veces toma la forma de los muros (1988); Cipango (1992); Noche de brujas y otros hechos de sangre (1993); Los 7 náufragos (1995) por el que ganó el premio del Consejo del libro a la mejor obra de ese año. En el año 2001 publica dos libros de poesía, Itaca (Lom Ediciones) y Encuentros con hombres oscuros (RIL). En 2006 publica el poemario Tridente (RIL), el que junto con Encuentros con hombres oscuros queda como finalista del premio Altazor en mención poesía. El año 2007 publicó Lobo (Lom Ediciones) con el que obtuvo el premio a la mejor obra literariaen la Universidad Finis Térrae. En 2010, publica su libro de poesía Las dunas del deseo, en Das Kapital ediciones. El año 2010 fue traducido al inglés su poemario Cipango, por el poeta y traductor Daniel Shapiro para la editorial Buckness Press. En 2012 recibe el Premio Atenea de la Universidad de Concepción para la mejor obra literaria publicada entre los años 2009 y 2010, por el poemario La dunas del Deseo. En 2014 publica el poemario La batalla del Ebr(i)o (Ajiaco). Ha participado en encuentros literarios en distintos países de Hispanoamérica, Europa y el Caribe y los Estados Unidos. En 1993 obtuvo el premio municipal de poesía por su obra Cipango, y en 1996 obtiene el premio Casa de las Américas por su obra inédita Crónicas maravillosas, año en que se reedita Cipango en el Fondo de Cultura Económica de México. En 2017 publica su antología personal En el mismo río, por Ediciones UDP.

Cipango (Fragmento)


OROMPELLO I

Un disco PARE es un ojo; una sangrienta córnea de latón.

Orompello es un puro símbolo echado sobre la ciudad.

Y las putas no tienen la culpa.

Solo cumplían con su deber.

El otro día no más esperaba micro en la esquina del

baldío y oí una voz que me decía: “Ven y mira”.

Miré, y no había nada más que un caballo amarillo

al tranco

por sobre la calle adoquinada.

Y un espejismo las putas vestidas de ropas blancas,

y un espejismo los eriazos floreciendo;

repito, mientras esperaba micro en la esquina del baldío.

No me van a decir ahora que Orompello es un puro símbolo

echado sobre la ciudad

y las casas siete casas con puertas de oro

y las putas siete putas vestidas con ropas blancas.

OROMPELLO II

Orompello data del Paleolítico Superior de la ciudad.

El amor se ha sedimentado sobre cada geología de muro

negro, ocre, café; estos cuerpos en las esquinas

ya habían sido pintados sobre los muros,

cuero sobre estuco, hueso sobre adobe,

pintura sobre carne viva:

para contagiarnos de amor datan sus llamados

o ecos del deseo y la magia simpática de cada culo de tiza,

de cada pecho de látex aguardaron en silencio,

como todo amor verdadero,

agujereando de lóbrego amor cada muro.

Pero hubo muertes en Orompello.

Y el sedimento de la muerte se sobrepuso

al sedimento del amor,

y el cuerpo de las vivas se confundió con el cadáver

de las muertas,

y los signos de amor se confundieron

con los signos contagiados de violencia.

Cada muro separa a los cuerpos del peligro.

Pero cada cuerpo detenido en una esquina,

cada cuerpo cayendo a media cuadra

como un planeta pringoso

de medias negras

era un contagio de amor para Orompello.

La historia de Orompello es larga. Se confunde con

las eras de los cuerpos,

con la geología de los muros, con las oquedades de las vulvas

de las que ya se fueron al otro mundo.

Una de las putas muertas sedimentará en los adoquines

Y ya no tendrá historia;

los adoquines sedimentarán en asfalto o aluminio y

ya no tendrán historia;

y no habrá historia final para Orompello

que data del Paleolítico superior de la ciudad,

cuando la Cruz del Sur se veía brillante

justo arriba del lumínico rojo de la Tropicana

y otro era el mismo cuerpo horadado entre el barro agreste,

contagiándose de mal amor las carnes oscuras gimientes

partidas abiertas refregadas espoleados

los cuerpos que sedimentaron

cuero sobre estuco, hueso sobre adobe,

pintura sobre carne viva;

y ya no habrá historia final para estas mujeres

que datan del Paleolítico Superior de la ciudad.

BAJO LA SOMBRA DE UN MURO ENCALADO

Bajo la sombra de un muro encalado,

entre las consignas eróticas, apenas nos

rozábamos los cuerpos. No sé si previo a todo

ya estábamos condenados. Había más cuerpos

entre nosotros, no sé si muchedumbres,

pero no estábamos solos. (Yo entonces recordé

que Genet quería que la representación teatral

de Las sirvientas fuera personificada por

adolescentes pero en un cartel que permanecería

clavado en algún vértice del escenario se le

advertiría al público la investidura y la ficción)

pero no estábamos en el teatro: yo quise tomarte

el cuerpo en la oscuridad; había más cuerpos

entre nosotros, no sé si muchedumbres; los cuerpos

tenían ojos los cuerpos no tenían ojos: jamás sabré

si había ventanas o si estábamos a la intemperie;

es una barraca como las de Treblinka dijo alguien,

pero yo escuchaba como en onda corta los sonidos

de la ciudad. Nunca sabré si hubo una ventana,

pero se filtraba sobre el muro blanco el fulgor

verde de un aviso luminoso y en el delirio que

acompaña al amor, en el delirio impune en que

terminábamos todos, comenzamos a imaginarnos cosas:

yo, en la penumbra, te abrazaba el cuerpo pensando

que te abrazaba el cuerpo en la claridad: el letrero

luminoso verde del Hotel King sobre el muro

era el único sol.

TODOS LOS MUROS ERAN ENCALADOS EN

NUESTRAS CIUDADES FANTASMAS

Era Tebas el lugar de la tragedia y no estábamos

en Tebas. Era Treblinka el lugar de la comedia y no

estábamos en Treblinka. Bajo la sombra de un muro

encalado y su tapiz de orín, de barro, de consignas

eróticas. (Yo entonces recordé que Genet quería que

la representación teatral de Las sirvientas fuera

personificada por adolescentes pero en un cartel que

permanecería clavado en algún vértice del escenario

se le advertiría al público la investidura y la ficción)

No estábamos en el teatro: había charcos de aguas

muertas una esquina intransitable. Los cuerpos estaban

muertos los cuerpos no estaban muertos. El aviso luminoso

verde del Hotel King era el sol. Estábamos en nuestra

propia ciudad no estábamos en nuestro propio ciudad.

Las ciudades eran ciudades fantasmas. Los muros encalados

signos del silencio. Por las noches comenzamos a imaginarnos

cosas: los miserables mecanismos del sueño

se oponen al horror; un cartel que permanecería clavado

en algún vértice del escenario se lo advertía

al público.

(De: Cipango, 1992)