Raúl Zurita
Santiago 1950
Sus libros incluyen: Purgatorio (1979), Anteparaíso (1982), Canto a su amor desaparecido (1985), INRI (2003), Las ciudades de agua (2007), Zurita (2011) y La Vida Nueva, versión final (2018). En 1982 traza en el cielo de Nueva York el poema La Vida Nueva y en 1993 inscribe la frase «ni pena ni miedo» en el desierto de Atacama que por sus dimensiones solo puede ser visto desde lo alto. Ha recibido las becas Guggenheim y DAAD de Alemania y, entre otros reconocimientos, el Premio Nacional de Literatura de Chile, el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo de Neruda y el Premio Reina Sofía de España. Sus libros han sido traducidos a numerosos idiomas.
Las cataratas del Pacífico
A PW
I
Los Españoles 1974
El paso del mar se abre y arriba, recortándose
entre los dos murallones de agua que lo flanquean,
la franja del cielo muestra el leve tinte rosáceo que
han tomado las estrellas. A quinientos metros de
Los Españoles 1974, donde vivo, cortando
completamente el paso entre los murallones de
agua, se abre el abismo como un tajo y mil metros
más allá, cayendo por el otro lado de él como si el
mismo mar se doblara dentro del mar, las cataratas
se precipitan mundo abajo, infinitas, destellando.
Son las cataratas del Pacífico. La neblina que
forman sus pulverizadas espumas sube fundiéndose
con el cielo estrellado y lloro mirando mis restos
flotar en la niebla. Me digo entonces que tú y yo
nos encontraremos en los próximos cantos. Que
nos encontraremos en las ciudades de agua,
después de que los boteros de la noche emerjan
dibujándose sobre la aurora y la luz ilumine
nuestros cuerpos muertos en la hoya sangrante del
amanecer…
Te arropas entonces girando en la cama y dormida
buscas a tientas mi mano mientras que al fondo,
a sólo cuadras de nuestro sueño P, las cataratas
del Pacífico se precipitan mundo abajo, bramando.
II
Pedro de Valdivia Norte
Los dos paredones de aguas se han ido haciendo
más lejanos, más tenues y borrosos, como si el
paso del mar se hubiera ensanchado. Más acá, el
borde del cerro San Cristóbal ha comenzado a
delinearse en la oscuridad y las calles de Pedro
de Valdivia norte comienzan poco a poco a
emerger, primero Santa María, luego el puente
sobre el río Mapocho, la avenida Providencia y
al frente, tronando a 500 metros, las cataratas
del Pacífico.
Advierto que todas las ventanas están encendidas
como si de golpe el barrio entero se hubiera
despertado y me sorprende estar viendo las
cataratas desde el ventanal de la pieza. Estoy
triturado de amor y lloro. Tú también lloras PW.
Falta todavía para que aclare. Lejos de allí
te despiertas y corres el cubrecama sin saber que
ya estás escrita en otros cantos. Te sorprende
también el ventanal de la casa y te yergues en
la cama. Ves entonces las cataratas del Pacífico
fosforesciendo como una infinita sábana blanca
en la oscuridad y empiezas a llorar quedamente.
Vuelves a ti: lejos, detrás del mismo ventanal,
sientes correr tus lágrimas mientras escribes esta
escena. La amas, la amarás, será en los cantos
que vienen. Ahora los separa el sueño y el alba.
III
Av. Providencia, Vereda Sur
Las cataratas del océano Pacífico fosforecen en
la oscuridad y sus pulverizadas espumas brillan
cubriendo las llanuras, las cordilleras, las azulosas
ciudades. Abro entonces la puerta de mi casa y
salgo. Camino unos metros por Los Españoles
hasta la esquina y doblo a la izquierda por Pedro
de Valdivia norte. Bajo una cuadra y cruzo la
avenida Santa María y después el puente recién
construido. Sigo todavía otra cuadra y al llegar a
la calle principal me sorprende la multitud, la
larga, empapada humanidad que mira en silencio.
Son decenas de miles de mujeres, de ancianos, de
hombres y niños que se han detenido y miran. Al
frente, bordeando a lo largo de la vereda sur de
Providencia, se abre el abismo y un kilómetro
hacia adentro, como una gigantesca cortina final,
las cataratas del Pacífico destellan precipitándose.
Tú también te has detenido y miras PW.
Despiertas. Te cubres con una bata y sales. Bajas
por el puente nuevo y al llegar a Providencia te
detienes. Miras entonces las cataratas del Pacífico
resplandeciendo en el medio de la noche, mientras
a tu lado alguien te habla lleno de gratitud y amor.