Elena Montes

Santiago 1972

Poeta y comunicadora audiovisual. Estudió danza. Publicó el poemario El ulmo nace de una espina (2020)

Imagina el centro de un pájaro

Su libertad rota en los huesos, descolorido el
viento danza su ausencia, terrones y desechos
caen sobre sus plumas, un reguero de muerte
vigilando sus ojos, las moscas ansiosas pelliz
cando las víceras y un gato mestizo con los
dientes lanzándolo hacia arriba y en cielo un
rebote enfretando al infierno, pero el terco
pájaro vuelve al piso. Cortado el aire, adquiere
más peso. Lo arrastran por la tierra y las moscas
lo siguen. El gato de un mordisco arranca un ala
y entierra sus garras como clavos oxidados. No
lo suelta hasta que el pájaro, con cierto esfuerzo,
deja caer un párpado.

Es el sueño lo que nos mantiene vivos

Si no viera mi cama de rosas, no descubriría
lagartos, pienso en lo jabonoso de sus cuerpos, cuando me acuesto, cuando cierro los ojos,
cuando los acaricio, frotando mi espalda contra
sus escamas, fibrosos se van reblandeciendo, sus
carnes ronronean, cadáveres bajo las mantas,
descolgados intentan huir, patean, los resortes
chillan, la mucosidad se pega, es una masacre,
las manos salitrosas intentan detenerlos, aprieto
las caderas, con las garras agujerean la enagua,
me escupen por los ojos, sus salivas me queman,
la sangre va tiñendo el dobladillo de la cama, es
el sueño lo que nos mantiene vivos, febrilmente
los abrigo y flotan entre las piernas en mi propio
fango. Los estampo con un puño. Sus cráneos
son míos y de nadie más. Si no viera mi cama de
rosas, no lo descubriría.

La tierra perdió el rostro

La pata de conejo toca fondo, no hay suerte,
las largas orejas acarician una luna y el dolor
no desaparece, para nunca ser cubo de hielo,
de helio, de halo, un empujón para sacar el
escalofrío, dicen, y la pata de conejo se rompe,
pelitos negros repartidos por el piso, desde la
raíz enterrarlos en el jardín, y no hay suerte,
crecen mechas torcidas, y otra vez se alzan orejas
para tocar las estrellas, pero se quiebran como
un cristal, no hay suerte, te sacudes los restos,
el conejo cojea, las mechas chillan cuando las
desenredas, los helechos se esconden en tus
bolsillos, tienen miedo, y podas y podas nudos,
descuartizas el jardín, el conejo huye, no quiere
ser decapitado, la casa se queda sin alma, una
sombra redonda oscurece la masacre, y ahora se
repite la herida cada amanecer, con hilo negro y
aguja coses lo que queda, no hay suerte, la tierra
está de luto, ha perdido el rostro.