Dinko Álvarez Kovacic

Puerto Montt 1983

Poeta y docente chileno. Ha vivido en Chiloé y Valparaíso. Ha participado en diversos talleres literarios.

Cuadro en reposo 4

No sabría explicarlo
su mirada de pájaro azul le desordenaba el cabello
en esa desgastadora repetición.
Se lavaba las manos incansablemente
una y otra vez hasta gastar sus huellas.
Insomne se dirigía al lavatorio
le vi un día raspar la palma de sus manos
con una escobilla metálica,
la piel y la sangre caían sobre el pavimento
una sonrisa angustiosa se dibujó
lágrimas incontenibles se vertían como golpe de tambor.
Ahí va marchando por esa huella de luz
con las manos lustrosamente desolladas.

Los astros están a mi favor

Los astros están a mi favor
es cierto que las mesas ya no se tienden
y los portales no se dejan atravesar.
Vago como meteoro por un universo vacío
no entiendo a los que entienden el dialogo de las olas
y se me ha negado el canto de los pájaros
todo cuanto construyo es una pantomima
pasadizos y más pasadizos
escarabajos rojos sobre el rostro
transmutación de la piel
escaleras y más escaleras a lomo de luz
agujas que no debieron ser enhebradas
y canciones que ya nada producen
sobre todo, arboledas tan densas que dan a luz la noche
cascos y restos de huesos molidos
escarabajos rojos sobre escarabajos rojos
puñados de arañas suspendidas en el aire
la marca sobre el hombro izquierdo
hay manos colgando de las mamparas
y puertos construidos sobre desiertos.
Los astros están a mi favor
las cuentas pasan mis dedos
lentas plegarias se hunden en la ciénaga
manos negras
rostros fríos picoteados por las aves.
Los astros están a mi favor
la descomposición de los gestos nos ha vuelto tan parecidos.

Las cinco de la tarde

El día se cierra a las cinco de la tarde,
con su marejada eléctrica hace temblar las mandíbulas.
Rechinan los colmillos hasta enterrarse
en el labio oscuro de la híper-realidad
vaciada como un espejo quemado.
Sobre la loza helada de los sótanos,
el bisturí atraviesa los ojos
como uvas reventadas.
El silbido de los árboles
se mezcla al grito sordo
de las uñas incrustadas en el piso de madera.
Nadie se entrega mudo a sus verdugos.
La cama metálica rostiza la carne
y el curvo cuchillo atraviesa
de lado a lado las pantorrillas.
Te veo avanzar con las manos caídas
arrastrándote por el suelo pedregoso
hacia esa orilla oscura donde todos
acabamos por perder para siempre
nuestros nombres.