
Alejandro Palavecino
Coronel, 1956
Estudió literatura y lingüística en la
Universidad de Concepción. En los 90s fue profesor en un liceo oscuro durante los años más oscuros de nuestra historia de niños luminosos y esforzados, vecinos del mar y de las minas que por esos años agonizaban
aceleradamente.
Nació a la poesía en Concepción y publica por primera su poemario: Operaciones Básicas, le siguieron un par de pequeñas publicaciones antes de emigrar a Canadá.
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OPERACIONES BÁSICAS
Aunque estemos saturados
de buenas intenciones
te propongo algo
que quizás te parezca
atrevido
(La suma de sus partes
y el todo
operaciones distintas
de la misma cosa)
Súmate conmigo
Restémonos
Multipliquémonos
Dividámonos
Y que sea
lo que dios
quiera
08:00 Hrs
venid y comed se dijo
y sobre la mesa extendiéronse las piezas
como en un tablero de ajedrez.
Cubriéronse de platos los ojos del mantel.
Venid, se dijo,
a este campo de batalla.
En la vajilla no mentirán
sus heridas de guerras.
Comed, se dijo,
antes de romperse el espinazo,
que no corra la brisa
en este campo que parece de batalla.
Que no corra el tiempo,
ahora que sobre el mantel
derrámanse las migas
Una gota negra como un arma de
doble filo insiste en caer
sobre el mantel
Sobre la superficie mojada de esta mesa,
que parece un campo de batalla,
dos moscas hacen el amor.
Rosa Toro
Atrás, atrás, atrás. Cabalgas ahogada en humo en un carro de tercera. Cabalgas a volverte abuela, mientras miras
tú rostro todavía de niña en la ventana del tren casi mojado de océano. Atrás, atrás, atrás. Golpean los rieles.
Atrasatrás, atrás, atrás. Una ventana roja. Atrasatrás, atrás, atrás. Una mancha roja y pequeña inmensa. Tú
empeñada en la ventana que devuelve tu rostro a veces o te abre a la mar a veces. Atrásatrás te recitan las ruedas
del tren, pero tú empeñada en otro lado. Atrasatrás, atrás, atrás insiste.
Imagino tus manos. Una descansa en tu falda oscura, la otra aferrada a esa maleta tan definitiva. Imagino tu rostro
como una sentencia heroica en este largo vagón donde solo viajas tú, en un mar de rostros ocupados en sus
propias pesadillas. Atrás, atrás, atrás te dicen los rieles insistentes, pero te resistes a escuchar, porque atrás ha
quedado una leve mancha roja que te llama aunque no sabe tu nombre. Imagino tus pechos hinchados en leche
inútil, porque atrás ha quedado ella y tú, ese tú. Ese que has exiliado para tomar este tren que te aleja en su
lenguaje de rieles y pitos, porque en tu maleta cuidadosamente planchada, almidonada y doblada iba la palabra
adelante. Por eso te aferrabas a tu maleta; para que ese atrasatrás se fuera quedando mudo para siempre y las
estaciones por venir te vistieran como días inminentes.
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